Nací en medio, en 1985. 5 años antes de la gran pérdida del FSLN y 6 años después que se derrocara la dictadura somocista. No viví en carne propia la incertidumbre somocista ni recuerdo mi vida dentro del periodo sandinista.
Mis vagas memorias sobre la revolución varían entre: crecer en un CDI, ir con mi mama a la tumba de Carlos Fonseca y a la Plaza de la Revolución, ver el montón de gringos que iban y venían con donaciones y que la Contra mató al padrino de una de mis primas. A Felipe.
A él no lo recuerdo, pero en la cuadra donde crecí él era nuestro mártir. Todavía los 2 ancianos, su mamá y papá guardan sus fotos, sus recuerdos. Todavía cuentan anécdotas de Felipe.
Entonces siempre veo la dictadura como esos dolores colectivos que nos vuelven mártires a todas y todos. Tanto a quienes vivimos como a quienes fueron asesinados. Me pregunto si con tantos mártires que tenemos, ¿será que a la gente le importan sus vidas, sus sacrificios? Tristemente los mártires fueron personas que actuaron sus ideales pero murieron en el intento.
Mientras que los vivos (en todo el sentido de la palabra) siguen dominando el anhelo colectivo a esas luchas pasadas. Los mismos actores de antes siguen dominando nuestra historia, restándole iniciativa y poder a los nuevos pueblos. Los de una lado y del otro. No creo que ninguno sea derecha o izquierda. Solo son adversarios entre sí. Esos actores que poco a poco van muriendo, pero viviendo a través de sus mandatos, sus ideologías. De ahí el titulo: somos un pueblo sin poder propio.
Las sociedades han pasado por un ensayo – error constante, divagando entre dictaduras, aristocracias, democracias, monarquías y anarquías. Existen tantos regímenes construidos desde los ángeles y demonios colectivos, que ninguno es totalmente puro. De ahí que algunos prefieren las dictaduras y otros las democracias
Y no debemos inmediatamente juzgar a quien desea vivir en dictadura, sino comprender que si el dictador llega al poder y garantiza la mayoría de requerimientos del pueblo entonces es un poder absoluto aprobado, concedido. Como dijo Sofía Montenegro: de ciudadanos pasamos a súbditos de un reyezuelo. Imagino que de ahí los anhelos que aun persisten hacia los tiempos de los Somoza. Ciertamente muchas dictaduras llegan al poder desde la fuerza armada; sin embargo se van fortaleciendo desde las bases. Las minorías, los pueblos consciente o inconscientemente han entregado su poder a las dictaduras.
Su contrapropuesta es la Democracia. El poder del pueblo para el pueblo. Pero el pueblo es inconcreto. El pueblo son personas, miles, millones según la densidad de cada país. Y cada persona está sesgada o acumulada con saberes, ignorancias, vivencias, miedos y anhelos. Si un partido logra una estrategia de sublevar a las personas hasta hacerlas sentir como una masa homogénea que le necesita, entonces podrá establecerse sin mayores problemas.
Porque el pueblo lo mantendrá, sostendrá, defenderá y promoverá. Nuevamente el pueblo le entrega su poder.
Entonces el problema no es ni la dictadura ni la democracia, sino un pueblo engañado. Un pueblo sin poder. María López Vigil citaba al Emilio Álvarez Montalvan (q.e.p.d) afirmando que no vamos a avanzar mientras mantengamos 3 antivalores: Conciencia mágica, personalismos y sectarismos. Hemos perdido, no hemos desarrollado o necesitamos fortalecer la conciencia de derecho. La conciencia mágica nos hace creer que hay que sufrir en la tierra para ser felices en un paraíso, de ahí vemos pueblos fielmente sometidos a dictaduras que siguen re eligiendo a sus “dictadores” y pueblos en “democracia” pero inconformes y frustrados con su régimen.
Yo soy del pueblo. Yo igual siento que soy de un grupo “aminorado” que no logra ser representativo en una democracia donde solo la mayoría dominada mandata o calla ante las in justicias cometidas.
De eso se trata cuando pensamos en acciones de cambio que ubican en primer lugar a las personas. Acciones de base que garanticen información, acceso a perspectivas, a análisis. Hemos cometido errores al dar “preparado los análisis” al decirles qué pensar y no enseñar cómo pensar.
Precisamente las ideas de regímenes junto con muchos otros pecados políticos son las que nos tienen en letargo, de no considerarnos hacederos de nuevos estilos de convivencia en un país. Necesitamos mejorar nuestra percepción de nosotros y nosotras mismas, creernos que tenemos poder. No se trata de gobernar o ser gobernados. Me dijo Paul Gómez: Tenemos que pensar al país.
Creámonos que hay opciones de cambio, actuemos nuestros ideales. No tenemos que agarrar las armas, tenemos que planear estrategias no para derrocar a un hombre o un gobierno, sino pensar una estrategia de cambio, de acceso a derechos, acceso a educación y salud, cultura de paz, libertad en los medios de comunicación. Pensemos en consensos, en unión más allá de los partidos, de los gobiernos. Porque sino seguiremos siento un pueblo que está cediendo su poder.