El peso de la culpa

Un hombre barbudo, con harapos, sucio, cargando un saco y buscando entre la basura empezó a caminar a mi lado, me asusté tanto y casi huyo, hasta que dijo: Kenia!

Sorprendida, lo ví a los ojos y lo reconocí. Era aquel niño con todos los años encima.

Estudiamos juntos en tercer grado. En una escuela pública que aunque tenía escasos recursos no era pobre, porque la vitalidad de las niñas y niños  enriquecía cada espacio de aquellos pabellones.

Melidita y Brittany
Brittany y Mélida

Daniel era un niño más. Indisciplinado, un poco más que yo. Si tengo casi 30, él tendrá 33 años quizás. No recuerdo haber visto a algún familiar de Daniel en las reuniones de “padres de familia”, ni en fin de año, ni matricula, ni día de las madres. Después que terminé mi primaria, nunca más volví a verlo sino hasta hace unos meses.

La calle que antes sonaba tan confusa, desordenada y ruidosa como la común Managua, para mí se volvió en un silencio estremecedor. Éramos solo él y yo mirándonos.

Me dijo: Soy Daniel. Y dije: ¿Cómo estás?  qué pregunta más estúpida (pensé). Salió sola, así como cuando tenemos frases hechas para comunicarnos con la gente.

Daniel: Te acordás de mí

Kenia: Sí claro, cuánto tiempo (otra estupidez) claro que te recuerdo

Ambos sonreímos, yo de nervios y él no se por qué. De repente quedamos en silencio y dijo: Regalame un peso

No pude contener el dolor, se me hizo un nudo en la garganta. Por un momento salí del abrupto silencio y vi cómo la gente nos miraba; veían hacia mí teniendo miedo de “aquel indigente” o talvez también sentían mi mismo asco por nuestra estupidez social.

Le di diNi√±os trabajando en los semaforos sin estudiar,,nero, más que un peso. Pero Daniel tomó mi mano, lo hizo fuerte y me obligaba a caminar hacia un callejón que teníamos cerca.

Me solté, lo dejé, corrí y volví a ver hacia atrás y él no estaba siguiéndome, solo me observaba. Comprendí que las condiciones eran distintas ahora. El sistema me llevó a generar recursos y ser una posible proveedora para Daniel. Yo sentía dolor y pena por dar solo un peso a Daniel, por eso le di más; pero él y todos los Daniel requieren más que un peso, o más bien necesitan no necesitar un peso para vivir.

Darles un poco de dinero solo sirve para engañar la conciencia y querer tapar la culpa que tenemos. Y aunque les podemos salvar el hambre de unos minutos no le salvaremos así la vida.

panorama-social Tomada de Unicef
Tomada de Unicef Nicaragua

Ese indigente adulto fue el niño que debió estudiar y tener una familia, esos niños y niñas que limpian carros, que les recordamos el primero de junio o en navidad. Que están en manos de alguna persona que arbitrariamente decidirá si ingresarlos o no al sistema escolar.

Esas niñas y niños que diariamente convertimos en indigentes, con nuestra pasividad y silencio, ocupándonos solo de sobrevivir, con no luchar por mejorar el país  y después… Después les regalamos un poco de dinero, nos dan miedo y los encarcelamos cuando delinquen y además blasfemamos contra el Código de la Niñez que fue pensado para que el Estado y la sociedad garanticemos el interés superior de niñas y niños de esta nuestra Nicaragua.

 Te acordás de mí (me dijo) Recordémosle siempre.

2 respuestas a “El peso de la culpa

  1. Ash a mi también se me hizo un nudo en la garganta mujer, definitivamente esa gente lo que necesita es «no necesitar» como bien decis, lindo escrito como siempre y lo compartiré en mi face 🙂

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